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Deriva sur :: Fernando Sánchez

Viaje fantástico en el Tren Patagónico                                                                              Volver a fotos

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Tuve el placer de realizarlo en diciembre de 2018.                                           

Un recorrido de 820 kms. atravesando la Línea sur de la Provincia de Río Negro, del mar a la cordillera.

Una vez por semana, los viernes, circula en sentido ascendente de Viedma a Bariloche, y los domingos de vuelta, en sentido descendente.

Dieciocho horas de viaje, casi un día entero, con una noche en medio.

Saliendo de Viedma, el tren arranca a las seis de la tarde y llega a San Antonio Oeste justo cuando termina la hora de la cena en el coche comedor.

Muy cerca de la estación hay un conjunto de vagones en desuso devenidos viviendas. Uno me llamó particularmente la atención, tenía la puerta abierta y una luz al frente. Sentados en el umbral había dos niños, que probablemente también terminaron de comer y estaban jugando, o tal vez solo mirando la escena de la estación. Miraron hacia donde yo estaba, y por un instante vi a través de sus ojos.

En ese momento hubo maniobras de cambio de locomotora. La 9073 (una máquina de mayor cilindrada) reemplazó a la 8238, para hacerse cargo del resto del recorrido que lentamente iría subiendo, hasta terminar en Bariloche, al pie del Lago Nahuel Huapi, en plena Cordillera de los Andes.

Al cabo de unos veinte minutos sonó la campana de la estación y el guarda lanzó por el intercomunicador la frase de rigor: “Conductor, tren despachado”.

La formación retomó el movimiento, sumando unos cuantos pasajeros más.

Entre el traqueteo y los sonidos metálicos de la marcha, en algún momento te alcanza el sueño. Para cuando volvés a abrir los ojos ya se distingen los relieves de la meseta de Somuncurá.

Si vas en ese tren y es verano, entre Los Menucos y Aguada de Guerra hay un cerrito en el que indefectiblemente amanece, justo antes de que se apague la última estrella.

Cada estación es un pequeño mundo, con su movimiento intermitente de multitud de gente; trabajadores, estudiantes, lugareños, viajeros.

El tren también es un pequeño mundo rodante, una especie de cápsula longitudinal con múltiples puertas y ventanas. Un pasillo lo conecta de punta a punta, desde el coche dormitorio hasta el restaurante, pasando por los varios vagones con asientos. Es por eso que los espíritus inquietos suelen hacer una buena parte del viaje caminando.

Todo se mueve en esa inmensidad de espacio-tiempo.

Afuera se suceden Aguada Cecilio, Valcheta, Ramos Mexía, Sierra Colorada, y una cantidad de pueblos y parajes hilvanados por la traza del ferrocarril. Los nombres de las estaciones son una mezcolanza, como corresponde a esta región y a este país; apellidos de funcionarios estatales de tiempos de la conquista y topónimos en mapudugun cuyo significado busca permanecer a pesar de las deformaciones léxicas y el paso del tiempo.

Los Menucos, Maquinchao, Jacobacci, Clemente Onelli, Comallo, Pilcaniyeu.

Eventualmente el tren se detiene por la presencia de caballos sueltos demasiado cerca de las vías.

El paisaje se va volviendo montañoso, aumentan las curvas y los puentes sobre ríos y arroyos.

Pasado el mediodía se llega a la estación de Bariloche. Ya con los pies en el andén, el cuerpo sigue por un buen rato rememorando el efecto mecedora y los chirridos de los vagones.

La locomotora y los vagones se entregan a una pausa reparadora hasta el próximo viaje.

Y los viajeros también.                                                                                                                              Volver a fotos

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